El día que Vallecas hizo las paces con el fútbol femenino

Por mucho que para Alfredo Le Pera (el autor de la letra de Volver y de la de los más conocidos tangos a los que Carlos Gardel puso voz) veinte años no sean nada, es de suponer que casi el doble de tiempo sí es, cuando menos, una cifra respetable. El 4 de enero de 1971, el viejo Estadio de Vallecas (sobre el que se asienta el actual Teresa Rivero), albergó uno de los peores favores que se le pudo hacer en España a la difusión del entonces incipiente fútbol femenino.
Allí, Lola Flores, Paloma Cela, Rocío Dúrcal, Marujita Díaz, Rocío Jurado y otras caras conocidas artistas de la España más cañí se midieron en un partido amistoso «arbitrado» por el actor Juan Luis Galiardo y el cantante Junior, con la colaboración como «masajista» (botellas de coñac en ristre, según las crónicas) del ínclito Manolo Gómez Bur. Todo por una buena causa, eso sí, y con el NO-DO como testigo. Treinta y siete años más tarde, con un estadio con el nombre de la mujer que preside del equipo del populoso barrio madrileño, el duelo deportivo servirá para que el cuadro local y el Prainsa Zaragoza resuelvan las semifinales de la Copa de la Reina.
Pese a que el 15 de junio de 2003 ya se abrió el recinto para que las capitalinas jugaran sobre su césped el primer partido de la fase de ascenso a la Superliga contra el Rayco (victoria vallecana por 5-4), no es menos cierto que una ocasión como esta (certificar el pase a una final que, de ganarla, le permitiría abrir las vitrinas del club a su primer título oficial, un logro aún no alcanzado por sus homónimos masculinos) merece retroceder a tiempos en los que el fútbol practicado por las mujeres no se veía igual.
Como el tradicional partido entre periodistas y toreros no parecía capacitado para atraer suficiente público en plenas fiestas navideñas de 1971, se decidió completar aquella gélida jornada de lunes con un partido que disputarían dos combinados (‘Folklóricas’ contra ‘Finolis’, unas vestidas con el uniforme del Rayo Vallecano y otras con el del Real Betis Balompié) y que no defraudó a los numerosos asistentes ávidos de ver a tanta cara conocida en calzón corto, en plena efervescencia de esa sexualidad anémica que caracterizó a un país que iniciaba la era del «destape». El objetivo era recaudar dinero a beneficio de la guardería infantil Virgen del Carmen y a fe que se logró, ya que el «espectáculo», que sirvió de innumerable fuente de mofa (y de inspiración a Pedro Masó para la ignominiosa -y exitosa- producción «Las Ibéricas F.C.») reportó pingües beneficios que se espera que revertieran en positivo sobre sus pequeños alumnos. En lo deportivo (?), el resultado fue empate a uno.
A diferencia de entonces, cuando el precio de las entradas fue superior al partido que el equipo masculino había jugado un mes antes contra un rival «de campanillas» como el propio cuadro bético (campeón de Segunda división al término de esa campaña 1970-71), la entrada mañana al Teresa Rivero será gratuita, y el cambio de ubicación del habitual feudo de Nuestra Señora de la Torre es un premio de los rectores del equipo franjirrojo a la gran temporada del cuadro que entrena Pedro Martínez Losa. Es de esperar que lo que se viva mañana, no recuerde, ni por asomo, a lo que se pudo ver entonces.
La historia de aquel triste conato de partido de fútbol dejó escenas para el recuerdo, en las que, desde luego, se regodearon los medios de comunicación de la época. Así, en el Diario de Navarra se podía leer: «Los árbitros, Junior y Juan Luis Galiardo, estuvieron a tono con el espectáculo. El actor empezó a arbitrar correctamente, ayudándose contra el frío con una manta y un sombrero tirolés. Junior, con un abrigo de piel. […] Un equipo y otro demostraron que el fútbol femenino, en serio o en medio serio, como algunos lo han defendido, está muy lejos de poder ser una realidad«.
El acontecimiento concluyó, según el citado medio, de esta forma: «Antes de que los árbitros pitaran el final del partido, como en los grandes acontecimientos, el público invadió el campo materialmente. Las jugadoras se perdieron en un increíble maremágnum, mientras los fotógrafos se retiraban prudentemente para salvar sus cámaras de la catástrofe. Se gritó desaforadamente. Había quienes pedían, a voz en grito, que las jugadoras le entregaran la camiseta, para guardarla como recuerdo de la fastuosa ocasión. Algunas fueron subidas a hombros, mientras la fuerza pública desistía de desalojar el terreno de juego».
Otros episodios dignos de mención los narró así el periódico barcelonés La Vanguardia: «Paloma Cela, que decidió tomarse la justicia por su mano, ante un gol que consideraba injusto, cogió la pelota con la mano y entró con ella en la portería. El gol valió, porque la gracia, sabido es, puede muy bien sustituir a la legalidad. […] Hubo momentos en que, decaída la furia del combate deportivo, algunas de las jugadoras se pasearon por la línea recogiendo ovaciones del respetable, o echando un traguito de alguna bota que siempre se le ofrecía solícitamente».
Things have changed, sentenciaría Bob Dylan si apareciera por Vallecas este domingo. «¿Tanto como deberían?», replicaría más de uno. Por lo pronto, el gesto de la entidad madrileña redime esa vieja deuda cuyo importe real sigue siendo imposible calibrar. Mañana serán los méritos contraídos en el césped y la notable categoría futbolística de las presentes, más allá del sorprendente 0-7 del partido de ida, lo que les reportarán la recompensa de los aficionados en forma de aplausos. Ojalá que hagan falta menos de otros cuarenta años para no tener que aplaudir, por habituales, estas iniciativas.

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